En este espacio se compila el trabajo desarrollado por los participantes en la asignatura de libre elección Caminar Barcelona

01 marzo 2007

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En el cruce de la avenida Amstedam y la calle 116 la catedral gótica de Saint John the Divine está siendo todavía construida, y la fuerza ascensional de los nervios de piedra se corresponde con la de las grúas formidables que rodean la cúpula inacabada. En una sinagoga decrépita del Lower East Side descargadores chinos menudos y veloces van almacenando cajas de productos importados de Shanghai o de Hong Kong. En la calle Bowery, junto a los últimos hoteles para borrachos terminales que aún sobreviven, ya empiezan a abrirse restaurantes de lujo. Hace años los chinos desbordaron la frontera de Canal Street, y ahora se percibe físicamente su avance sobre las que fueron calles italianas y judías, y los letreros chinos y las pescaderías y ferreterías chinas van subiendo hacia el norte, inundando las fachadas sucias de la Bowery. Grandes carteles de liquidación por quiebra cruzan los escaparates de todas las tiendas de una cadena de perfumerías que hasta hace nada eran la última moda de la ciudad. Las estructuras metálicas de los puentes, sus haces y redes de cables de acero, muestran al desnudo los juegos de fuerzas de su construcción, las violentas concentraciones de energías necesarias para que se sostenga su firmeza. Todo está sucediendo simultáneamente y todo es visible, como las corrientes poderosas y los flujos contrarios de las mareas en las aguas oceánicas del Hudson y del East River, que algunas veces arrastran hacia el mar árboles desgajados de las orillas boscosas. En un teatro de Broadway, bajo el suelo inclinado del patio de butacas, se percibe la vibración de un convoy del metro. El asfalto de las calles tiene jorobas, hondonadas, zanjas cubiertas por planchas metálicas, estrías ásperas sobre las que rebrotan los neumáticos de los taxis. Por una brecha entre la calzada y la acera se escapa una columna densa de vapor, como en esos parajes volcánicos donde sólo una corteza frágil impide la erupción de los fuegos centrales de la Tierra. En Central Park, hacia la esquina del sudeste, donde hasta hace una semana hubo un lago bucólicamente rodeado de árboles otoñales que se reflejaban en la lisura del agua, ahora hay un socavón de cieno negro en el que se afanan violentas palas de escavadoras y camiones con remolques. El patio de las esculturas del Museo de Arte Moderno es un solar en obras, y dentro de poco el edificio entero va a ser cerrado para una remodelación que durará años. En Times Square los edificios banales de vidrio y metal reluciente se levantan casi a la misma velocidad a la que cambian las imágenes en los monitores gigantes de televisión, y más o menos con la misma consistencia estética. Torres de cristal con ángulos caprichosos, supermercados de bagatelas electrónicas, letreros deslizantes, pantallas con anuncios o imágenes de noticiarios transfiguran Maniatan en un cruce entre Las Vegas y una babilonia asiática, en un laberinto sin sosiego ni centro, sin más huellas del pasado, salvo el edificio del New York Times, que algún recodo de penumbra y ruina sobre el cual aún no se han abatido las escavadoras. El edificio del Times es una gigante magnífico y sombrío, como una divinidad arcaica, aunque pertenezca a una modernidad todavía reciente, con sus terrazas escalonadas y su gran faro en la cima. Entre la gente que llena las aceras y cruza los semáforos con un desorden de manadas reconozco de pronto a un conocido: un individuo vestido de negro que levanta, con el brazo rígido y extendido, una gran Biblia abierta sobre su cabeza, y en la otra mano lleva un trozo de cartón con un letrero escrito a mano, con tinta roja y caligrafía gótica: El viento del fin del mundo ya está soplando. En la isleta donde se cruzan Broadway y la Séptima Avenida han levantado un escenario unos activistas negros que pregonan la maldad de Israel, vestidos a medias de egipcios de Aida o de Los diez mandamientos y de chulos de putas, con muchos oros en los torsos fornidos, gafas reflectantes y tocados faraónicos. Una mujer vieja, diminuta, despeinada, reparte octavillas con oraciones escritas en pareados y citas del Antiguo Testamento. Un calígrafo chino dibuja con pinceles de acuarelas mariposas y pájaros que se convierten en nombres de personas. En un quiosco donde belicosos titulares proclaman la victoria militar en Afganistán se vende el último número de la revista Hola. En medio de un círculo de gente unos chicos muy jóvenes se contorsionan, giran en el aire apoyándose en una sola mano, dan volteretas imposibles siguiendo el ritmo de un cinta de hip hop que retumba en un radiocasete grande y destartalado como una maleta. Un tipo vestido sólo con unos calzoncillos, sombrero tejano y botas repujadas de cowboy canta y toca una guitarra que nadie escucha entre el ruido del tráfico. En la espalda desnuda y musculosa lleva escrito o tatuado un letrero: The naked cowboy.

MUÑOZ MOLINA, Antonio. Ventanas de Manhattan. 2006. Editorial Seix Barral. (pág. 254 -257)

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